domingo, 13 de diciembre de 2009

SURAYA, LA NIÑA QUE TE QUISO ABRIR LOS OJOS

SURAYA, LA NIÑA QUE TE QUISO ABRIR LOS OJOS

Hola, me llamo Suraya, soy una niña que vive en Sudán. Mi país tiene problemas, y por lo tanto tenemos problemas las personas que vivimos allí. Soy morena, mis ojos son de color del la tierra mojada y mi pelo es como el fuego. Mi madre me dice que soy así porque creo que esto puede cambiar. ¿Conoces algo de aquí? Pues mira, en mi país hay mucha pobreza, mucha desigualdad, no tenemos libertad y las chicas aún lo tenemos peor.
En mi pueblo nos dedicamos a nuestras labores, no podemos ir a la escuela, ni al supermercado, ni tenemos juguetes.
Somos muy, muy pobres, las mujeres recorren muchos kilómetros para tener agua, incluso recorren el camino hacia el agua de la vida con sus hijas e hijos cargados en su espalda, pero es tanto su amor que no nos dejan solos.
En ese camino muchas veces se encuentran con malas personas que las insultan llamándolas, ¡tontas! O diciéndoles cosas muy feas como “no valéis para nada”, ellas corren para que no les hagan más daño y en esa carrera se caen, se dañan pero se vuelven a levantar poniendo a salvo a las pequeñas y pequeños que llevan consigo. Creo que esas malas personas no recuerdan que nacieron de una mujer y que fue una de ellas la que le cuido hasta ser adultos. Creo que hay algunas veces en que las personas adultas ven la realidad con unos falsos ojos y no escuchan palabras de cariño, sólo escuchan ruidos y más ruidos.
Cuando yo un día acompañé a mi mamá a Abu Líber, lugar donde hay una gran fuente de agua, un grupo de hombres armados comenzó a llamarla “fea”, o cosas como “jirafa del desierto”. Mi madre no lloró, porque siempre me decía que las lágrimas se las guardaba para mostrarme su amor cuando ella, mi hermano y yo estábamos en nuestra tienda del campamento de refugiados y me contaba cuentos de los que contaban en las hermosas noches cuando vivía en su tribu. En una de esas carreras, me caí y me hice mucho daño en un brazo. Mamá me hizo un vendaje con un trozo de su vestido rojo, yo lloré mucho y ella usaba sus manos para secarme mis ojos mojados, esas manos llenas de cariño y calor. Cuando tú te caes seguro que tú mamá está a tu lado y enseguida te da consuelo. En tu país cuando te haces daño te llevan al hospital, te ve un médico, pero en mi país no es tan fácil.
Seguimos caminando durante dos horas más, por fin llegamos al campamento, mi brazo estaba muy hinchado y mamá me llevó a una tienda más grande que las demás, en ella ponía algo así como ONG Médicos Sin Fronteras. Un hombre con bigote y una mujer con dos coletas altas me llevaron con ellos. Yo no quería, me daba miedo, pero mi mamá me habló con sus ojos color agua y me tranquilicé.
El hombre con bigote se llamaba Alain y la señora se llamaba Bimba, ella era de mi país, él tenía la piel diferente a la mía, pero era igualito a mi abuelo, ¡claro con bigotes! Me abrió la boca y me miró la lengua, yo miré hacia mi brazo, entonces me lo tocó y chillé. Le dijo algo a Bimba, la otra doctora, y ella se marchó a coger un trozo de tela blanca y una flecha pequeñita, que luego me explicó que era una vacuna. Me dolió un poquito, me vendaron el brazo y me lo pegaron a mi cuerpo, tenía que estar así durante tres semanas sin moverlo. La flecha pequeñita me sirvió para que mi brazo no estuviera tan inflamado por el golpe, me explicó Alain.
Mamá a lo lejos no apartaba sus ojos de mí, ella me arropaba con su cariño, me alegraba sólo con poder mirarla, ¡Uf! Mamá era tan importante.
¡qué bien me sentía!
¡Menos mal que hay personas que ayudan a los demás!
Me alegré mucho de conocer a Alain, el hombre sin mi color. Además ya sé porque él me veía de otra manera, porque llevaba dos ventanas de cristal delante de los ojos y seguro que eso hacía que viera la verdad.

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